Sucre celebró nueva cita con la gastronomía en una jornada distinta en casi todo, menos en los sentidos, con el maridaje exclusivo de vinos blancos de Bodegas Torres, con productos del mar, con experta en estos caldos y hasta con amigos llegados desde Archena, Alicante o Barcelona.

Sucre y Viña Sol abrieron y descorcharon con éxito cocina y botellas en una ideal cita con la tierra y el mar, las viñas y el pescado. “Si es que esto es como volver a entrar en casa”. Así de cariñosamente agradecido se mostró uno de los visitantes de Sucre Restaurante, Café y Cultura, tras no poder acudir a una de las anteriores cenas maridadas del ciclo de este centro gastronómico por motivos de trabajo.

Diseñadores grandes del querido sector zapatero, artistas de reconocida brocha, destacados entrenadores empresariales, simpáticos médicos odontólogos… hasta autoridades necesitadas de un buen rato, “un buen vino y una buena comida, la mejor forma de conocer a la persona”, dice Viña Sol, aplaudieron la nueva iniciativa de Sucre.  

Vinos del Penedés. Solo blancos. Sabor a mar. Y esta vez una chica, María Gonzálvez, sino enóloga, más. De Bodegas Torres. Brillante en su exposición, en su forma de enseñar a oler y catar. En trato cercano. María también se sintió muy a gusto –dijo- en Sucre, donde la consonancia resultó múltiple. 

Primero con el Viña Sol, marca de 50 años, si bien el “descubridor” de la misma, Miguel Torres, ya trató la uva parellada para producir este vino en 1902. Blanco por tanto de gran repercusión, también en los comensales, una vez más por ser el primero, el que ya dejó la reunión con alegre tono. El brillo fue tan evidente en botella como en copa y el contraste lo puso el Cóctel de Marisco de Sucre, fresco y rico, sin empalagos de salsas excesivas, introducido en el volován que, si bien ayudó a atemperar los efectos de los primeros grandes tragos, sigue dejando ganas de más de dentro y menos de hojaldre. Pero en esas que aparecieron ellos, los Chopitos rebozados al punto, perfectos para comer sin más aunque hay quién prefiere una torrencial lluvia de jugo de limón, como gustó provocar a la enóloga de la noche. Amor por la tierra y lo natural, sin duda. No solo por las cepas. Sabía hasta de la variedad de limones del Levante sur.

Del norte, del Alto Penedés, llegó el Viña Esmeralda, floral y de aromas a azahar, y con un paladar sorprendentemente distante en intensidad al alza con el anterior. Para ello, el colorido tierra, granja y mar de Sucre: Revuelto de Pimiento, Ajetes y Bacalao. Justo de nuevo, sin hartazgos en huevos, hortalizas o pescado salado.

Como si todo estuviese preparado para que el siguiente pez no se quedase en plato. Paseo por España. Merluza y a la Vasca. Muy bien presentada, en plato semi-hondo, para albergar el mar de jugo que, sin embargo, no pudo impedir algo de sequedad en las almejas. El pan se bañó, algo significó eso. 

Y en estas, el imponente Atrium, más por su sentido olfativo que por el gustativo. Menuda “sinfonía de aromas” en la víspera de la patrona de los músicos. Los grandes empresarios de Bodegas Torres demuestran que sus mensajes a favor de la cultura (del vino y de la genérica) son ciertos, al etiquetar este chadornnay con un fragmento de “La flauta mágica” de Mozart. Exquisito y melódico paladar, no era para tanto la nota alta ofrecida en nariz.

Hasta el “cumpleaños feliz” cantó la clientela en coro para recién llegados desde el aeropuerto, antes de terminar la noche con una decorada y exquisita “aframbuesada” Tarta de Queso.

Con armoniosa satisfacción, mostrada a los contentos directivos de Sucre, los amigos se despidieron entonando un “volver, volver, volver…”.         

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